Como todas las mañanas Sveta bajaba caminando tranquilamente repasando la lista de las cosas que tenía que hacer antes de volver a casa. Saludaba a las vecinas, con las que se llevaba mejor se entretenía un poquito más. Comparaba género y precios, hablaba de lo pronto que había llegado el invierno aquel año, de lo mucho que se había encarecido la vida últimamente.
Sveta entró en la carnicería.
- Buenos días Svetlana, ¿cómo se encuentra hoy?- preguntó la dependienta.
- Bien hija, bien- contestó Sveta- no me puedo quejar.
- Y su marido, ¿cómo está?- volvió a preguntar mientras cortaba unas cabezas de pollo.
- En casa- respondió- con sus cosas ya sabe.
- ¿Y cómo va de lo suyo?
- ¿Tiene hígados?- preguntó Sveta mientras miraba el género expuesto en el mostrador.
- Sí claro y bien grandes. Su marido decía, que cómo va de lo suyo-insistió.
- Pues como siempre hija, como siempre. Póngame dos hígados y medio kilo de salchichas. ¿Cuánto es? Tome, gracias, que dios la proteja.
- Gracias Sveta, a usted también, tenga cuidado que el suelo está muy resbaladizo.
Sveta salió de la tienda, se metió el paquete en el bolso, se ató el pañuelo a la cabeza y fue hacia su casa despacito.
Al cruzar el parque Sveta vio un grupo de jóvenes que corrían y se divertían. Buscó a Kolia, que vivía en su misma calle un poco más arriba. Qué bueno era Kolia, pensó Sveta, tan educado y siempre dispuesto a ayudar, tan alegre… Claro, es la juventud, pensaba, yo de joven también estaba llena de energía y de sueños. Pero, dónde está, debe estar con esa chica, cómo se llamaba….
Y pensando en Kolia llegó a su casa. Subió los cuatro escalones golpeando los pies bien fuerte en la madera para quitarse la nieve que llevaba en los zapatos. Abrió la puerta y en seguida oyó a Misha que le recibía alegremente.
- Hola Misha- dijo con una voz dulcísima mientras se acercaba a él. El pájaro batió sus alas enérgicamente y le regaló un trino.
Sveta abrió la jaula y Misha salió rápidamente y fue a posarse en la cabeza plateada de la pequeña mujer. Ella reía.
Una tos fuerte hizo que volviera en sí. Vladimir.
Puso a calentar un poco de agua, a él le sentaban bien esas infusiones, parece que le calmaban la tos durante un rato.
Sveta salió de la cocina con la taza humeante y fue andando despacito hacia el salón. Allí, sentado en su sillón, estaba Vladimir Sokolov con la cara congestionada, con las uñas clavadas en el sillón.
- Toma, te he preparado esto.
Él no se movió.
- Lo dejo aquí.
En la cocina Sveta encendió la estufa y empezó a cocinar. Canturreaba. Misha volaba de un lado a otro.
-La comida está lista - le dijo a Vladimir. Fue hacia el sillón para ayudarle a levantarse. Lo sujetó con firmeza mientras él hacía fuerzas para incorporarse. Sveta notó cómo a su marido le temblaban las piernas. En la cocina él se sentó delante de la estufa. Sveta le sirvió sopa.
- Está sosa. Y ese pájaro ha estado toda la mañana chillando, me ha puesto dolor de cabeza.
Sveta no contestó.
- Y ¿qué es esto? ¿hígado? ¿otra vez hígado?
- El doctor dice que es bueno para ti
- El doctor dice el doctor dice. Y qué más te dice el doctor, ¿que amargues los últimos días de mi vida? No te quedes mirándome con esa cara. Dios qué mujer. Tendría que haberme marchado hace tiempo, con el ejército incluso, pero ahora que lo único que me queda es la enfermedad, dónde voy, ¿eh? dime Svetlana, dónde voy.
Sveta se levantó y comenzó a recoger la mesa.
- Quieres el hígado o no lo quieres- preguntó cogiendo el plato.
Él, impulsado por la rabia se levantó y se fue hacia su sillón con paso renqueante.
Apareció Misha.
Sveta se sentó en una silla y observó cómo el pájaro se comía las migas de pan de la mesa. Se levantó de repente, acabó de recoger, metió un poco del guiso de hígado que había hecho en un recipiente y lo tapó bien. Se puso la chaqueta, se puso el abrigo y fue hacia la puerta.
- Ahora vengo- dijo a nadie. Y nadie le respondió.
Salió a la calle, dobló la esquina y llamó a la puerta de Kolia.
- ¡Señora Sokolov!, pase pase, no se quede ahí que hace frío.
- Buenas tardes Kolia, ¿está ocupado?- preguntó Sveta.
- ¡No, no! ¿Cómo está? ¿Pasa algo? ¿Necesita que le eche una mano para mover algún mueble viejo?- preguntó Kolia sonriendo.
Sveta también sonrió – No, no es nada de eso. Te traigo un poco de hígado que he preparado. Pensé que aún no habrías comido.
- Gracias, es usted tan buena…me mima demasiado- respondió – Y usted, ¿ha comido?
- Sí, sí, tranquilo hijo, ya hemos comido. Bueno, le dejo que probablemente tendrá cosas que hacer, los jóvenes están siempre tan ocupados…
- ¿Está usted bien Svetlana?- preguntó Kolia preocupado – está usted muy callada hoy.
- Estoy algo cansada, ya soy vieja – dijo mientras se dirigía hacia la puerta sonriendo- Adiós Kolia, que dios le bendiga.
- Hasta luego- respondió Kolia – Y a usted también.
Sveta entró en casa, se quitó la chaqueta y se asomó al salón. Estaba dormido, mejor, así no sufría tanto pobre.
Fue a la cocina y empezó a desmenuzar un trozo de pan seco que había guardado. Metió los trocitos en una bolsa de plástico.
- Misha, Misha, ven – el pájaro se posó en el hombro de Sveta, ella lo cogió con cuidado y lo metió en la jaula. Se puso la chaqueta, se puso el abrigo, el gorro, los guantes, cogió la bolsa de plástico y salió a la calle.
Paseó hasta el parque y allí empezó a repartir el pan entre los pocos pájaros que encontró. Cuando se levantó un aire muy frío se fue a casa.
Vladimir estaba despierto.
Sveta se sentó un rato en el salón. Silencio. Miraba por la ventana.
- La pastilla- dijo Vladimir –tráeme la pastilla.
- Falta un rato, todavía no te toca- respondió mientras se levantaba.
- Te digo que me traigas la pastilla- insistió nervioso. Sveta se la dio.
Cuando la cena estuvo lista fue como siempre a buscarlo al salón. Ayudó a su marido a levantarse, caminaron juntos hacia la cocina, lo sentó de espaldas a la estufa y le sirvió la cena.
- ¿Y el hígado? – preguntó Vladimir sin levantar los ojos de la mesa.
- No queda – respondió Sveta tranquila.
- Cómo que no queda.
- Le llevé a Kolia un poco.
- ¿A Kolia? ¿A ese desgraciado melenudo?
- Es un joven muy amable. Y muy educado.
- ¿Te lo ha pagado?
- ¿Cómo me lo va a pagar? Dijiste que estabas cansado de hígado – contestó Sveta.
- Yo no sé qué tienes en la cabeza Svetlana. Tú te has propuesto acabar conmigo.
Después de preparar la infusión para Vladimir, Sveta se fue a su habitación, se desvistió y se metió en su cama.
Abrió los ojos y vio que entraba demasiada luz por la ventana. Sveta se levantó deprisa, se vistió y fue hacia el salón. No estaba, el sillón estaba vacío. Fue hacia la cocina y lo encontró sentado en la silla, delante de una taza de té vacía, con la cucharilla en la mano y mirando la mesa. Nadie había encendido la estufa.
Apresuradamente puso agua a calentar y preparó la estufa de carbón. Azuzó un poco la madera y el papel para que el carbón se asentara mejor y prendiera antes.
Se tomó el té deprisa, se puso el abrigo, los guantes y el gorro y se fue al mercado.
¡Uy!, pensó, con las prisas no le di los buenos días a Misha.
Hizo sus compras sin entretenerse, hoy iba un poco retrasada y volvió a casa.
Cuando ya estaba cerca vio una figura sentada en las escaleras.¿Quién era? ¡Kolia! ¡Era Kolia! Se apresuró para acudir al encuentro del joven.
Kolia se levantó, estaba serio y ¿qué hacía la jaula de Misha ahí fuera? Sveta no entendía lo que estaba ocurriendo. Kolia se dirigió hacia ella con semblante consternado.
- Señora Sokolov- dijo – estaba recogiendo unas ramas en la parte de atrás de la casa y..
- ¿Qué pasa Kolia? ¿Y qué hace Misha aquí fuera?- preguntó Sveta asustada.
- Encontré la jaula de Misha en la parte de atrás de la casa señora Sokolov. Misha está..
- ¡No puede ser! – sollozó Sveta – estaba en casa, ayer le di las buenas noches – decía la mujer.
- Sveta, alguien ha sacado a Misha a la calle, ¿lo entiende?
- Pero, quién, ¿a quién le puede molestar un pajarillo medio cojo? – se preguntaba.
Entonces la cara de Svetlana Sokolov se tornó pálida. Entornó los ojos como fijando sus pensamientos. Cogió la jaula y se dio media vuelta.
- Sveta, Sveta espere, ¿dónde va? – preguntó Kolia – qué va a hacer, ¿quiere que la ayude?
Pero Sveta no respondió y siguió andando. Llegó a un claro no muy apartado de la casa y allí se arrodilló en el suelo, hizo un agujero con sus manos viejas y con lágrimas en los ojos enterró el pobre Misha.
Se levantó y fue hacia su casa. Kolia seguía allí, donde lo había dejado. El joven la miraba apenado.
- Si necesita cualquier cosa ya sabe dónde estoy- dijo.
- Gracias hijo, dios te lo pague.
Entró en casa, guardó la jaula en un armario, se secó las lágrimas heladas y fue hacia la cocina. Se sentó al lado de la estufa y jugueteó con el hierro que utilizaba para remover las brasas. La tos de Vladimir la sacó de su ensimismamiento.
Preparó la comida y fue a buscar a su marido cuando ya estaba todo listo. Se sentaron a la mesa y él comió todo lo que Sveta había preparado. Ella no probó bocado, se dedicó a mirarle con ojos llenos de odio, pero Vladimir no se daba cuenta de esas cosas, hacía tiempo que no miraba a su mujer a los ojos.
El día transcurrió con normalidad, Vladimir dormitaba en su sillón cuando la tos se lo permitía y Sveta lloraba en silencio la muerte de Misha en la cocina.
La rabia de Svetlana iba en aumento, ¿cómo podía haber hecho eso? ¿cómo había sido capaz de dejar que el pobre animal muriese de frío? ¿cómo podía continuar como si nada hubiese pasado?
- ¡Svetlana! ¡Svetlana! ¿Dónde estás mujer? ¿No ves que te necesito?- gritó desde su sillón
Svetlana se acercó a él lentamente.
- Acércame esos libros de allí- dijo
- Deberías moverte tú, te sentaría bien. Además sé que a veces te mueves tú solo.
- ¿Qué dices? Tú qué vas a saber. Acércame los libros y déjame tranquilo anda.
Sveta le acercó los libros, se quedó delante de él durante unos segundos.
- ¿Qué quieres? ¿Que te de las gracias?
Sveta se dio media vuelta y fue hacia la cocina.
Llamaron a la puerta. Sveta se sobresaltó y fue a ver quién era.
- ¡Hola Kolia! Pase pase.
- ¿Cómo está?, ¿le apetece ir a dar una vuelta por el parque?- le preguntó el joven.
- No gracias hijo, hace demasiado frío.
- ¿Se encuentra bien? ¿Quiere que le haga compañía un rato?
- ¿Quiere un té?- preguntó Sveta
- Sí claro, si usted se toma uno también.
- Está bien, nos tomaremos un té.
-¿Dónde está?- preguntó Kolia
- En el salón. ¿Cuánto azúcar? Se me ha olvidado- dijo Sveta sonriendo.
- Sin azúcar
- ¿Cómo se llama la chica que estaba el otro día con usted?
Kolia rió.
- Katia, se llama Katia
- Y ¿dónde la conoció? – volvió a preguntar Sveta.
Cuando acabaron el té Kolia se fue.
Sveta fue hacia el lugar donde estaba colgada la jaula de Misha para abrirle la puerta y dejar que volase un rato. Lloró.
Cuando la mesa estaba lista fue a buscar a su marido.
-¿Qué pasa Svetlana? Estás muy callada hoy – dijo Vladimir irónicamente - ¿Qué quería ese Kolia?
Svetlana le puso el plato delante.
- Hace frío aquí, seguro que se te ha olvidado echar más carbón.
Ella miró la estufa, el saco de carbón se ha acabado, pensó, fue a buscar otro, lo arrastró hasta la cocina mientras su marido se metía la cuchara en la boca. Apoyó el saco en la pared y cogió la barra de hierro para remover los carbones de la estufa.
- ¡Va! Este caldo no vale nada- dijo Vladimir.
Svetlana Sokolov con la barra de hierro en las manos miró la espalda de Vladimir. Levantó sus brazos, que por primera vez en mucho tiempo habían dejado de temblar y descargó todos esos años de dolor y rabia en la cabeza de su marido.
La cabeza se inclinó hacia delante, se hundió en el plato de caldo que no valía nada, hubo espasmos y sangre oscura y densa goteando.
Sveta fue a buscar una sábana, envolvió la cabeza de su marido, lo tumbó en el suelo y lo envolvió en otra tela, limpió todo, la sangre, el caldo, los cristales del vaso, limpió años de recuerdos, rascó y rascó desenfrenada hasta que no quedó nada, excepto Vladimir Sokolov envuelto en una tela tumbado en el suelo de la cocina, con una mancha de sangre que se iba expandiendo poco a poco.
Después de sentarse un rato, no a pensar sino a no pensar, se levantó y salió a la calle. Dobló la esquina y llamó a la puerta de Kolia.
- ¿Qué hace así? Se va a enfriar. Pase- dijo Kolia
- No, no¿ Está ocupado? Necesito que venga conmigo un momento.
- Claro, qué pasa Svetlana.
Ella no respondió, entraron en su casa y fue directa a la cocina. Kolia la seguía. Entonces fue cuando vio el cuerpo envuelto del que había sido Vladimir Sokolov.
- ¡Dios mío! Pero ¿qué ha hecho? ¿qué ha pasado? Está bien, tranquila. Hay que llamar a la policía.
- No. No quiero llamar a la policía. Quiero sacar esto de aquí, enterrarlo en el monte- dijo ella- Perdón Kolia, no debí haberle llamado, váyase y por favor no diga nada a nadie.
- Pero ¿cómo voy a dejarla sola con esto? Además ya me ha hecho cómplice señora Sokolov.
Salieron por la parte de atrás y medio cargando medio arrastrando consiguieron llevar el cuerpo a hasta un lugar apartado. Nevaba, eso estaba bien, así se borrarían las huellas, pensó Kolia sorprendido de verse en esa situación.
Se pusieron los dos a cavar y al cabo de un buen rato ya no quedaba ni rastro de Vladimir Sokolov.
- Vete Kolia- dijo Sveta – ya te has arriesgado bastante. Muchas gracias.
- ¿Y usted?
- Me quedaré aquí un momento, no hace falta que se quede conmigo.
Así que Kolia se fue intentando asimilar lo que acababa de hacer. Había sido todo tan rápido… Se sintió aterrado.
Sveta respiró hondo, se apretó el pañuelo que llevaba en la cabeza y se dio media vuelta. Fue al lugar en el que había enterrado a Misha. Se volvió a agachar y desenterró al pájaro. Volvió a casa, metió a Misha en la jaula, se sentó en el salón, se bebió un vaso de vodka y durmió.
Sveta entró en la carnicería.
- Buenos días Svetlana, ¿cómo se encuentra hoy?- preguntó la dependienta.
- Bien hija, bien- contestó Sveta- no me puedo quejar.
- Y su marido, ¿cómo está?- volvió a preguntar mientras cortaba unas cabezas de pollo.
- En casa- respondió- con sus cosas ya sabe.
- ¿Y cómo va de lo suyo?
- ¿Tiene hígados?- preguntó Sveta mientras miraba el género expuesto en el mostrador.
- Sí claro y bien grandes. Su marido decía, que cómo va de lo suyo-insistió.
- Pues como siempre hija, como siempre. Póngame dos hígados y medio kilo de salchichas. ¿Cuánto es? Tome, gracias, que dios la proteja.
- Gracias Sveta, a usted también, tenga cuidado que el suelo está muy resbaladizo.
Sveta salió de la tienda, se metió el paquete en el bolso, se ató el pañuelo a la cabeza y fue hacia su casa despacito.
Al cruzar el parque Sveta vio un grupo de jóvenes que corrían y se divertían. Buscó a Kolia, que vivía en su misma calle un poco más arriba. Qué bueno era Kolia, pensó Sveta, tan educado y siempre dispuesto a ayudar, tan alegre… Claro, es la juventud, pensaba, yo de joven también estaba llena de energía y de sueños. Pero, dónde está, debe estar con esa chica, cómo se llamaba….
Y pensando en Kolia llegó a su casa. Subió los cuatro escalones golpeando los pies bien fuerte en la madera para quitarse la nieve que llevaba en los zapatos. Abrió la puerta y en seguida oyó a Misha que le recibía alegremente.
- Hola Misha- dijo con una voz dulcísima mientras se acercaba a él. El pájaro batió sus alas enérgicamente y le regaló un trino.
Sveta abrió la jaula y Misha salió rápidamente y fue a posarse en la cabeza plateada de la pequeña mujer. Ella reía.
Una tos fuerte hizo que volviera en sí. Vladimir.
Puso a calentar un poco de agua, a él le sentaban bien esas infusiones, parece que le calmaban la tos durante un rato.
Sveta salió de la cocina con la taza humeante y fue andando despacito hacia el salón. Allí, sentado en su sillón, estaba Vladimir Sokolov con la cara congestionada, con las uñas clavadas en el sillón.
- Toma, te he preparado esto.
Él no se movió.
- Lo dejo aquí.
En la cocina Sveta encendió la estufa y empezó a cocinar. Canturreaba. Misha volaba de un lado a otro.
-La comida está lista - le dijo a Vladimir. Fue hacia el sillón para ayudarle a levantarse. Lo sujetó con firmeza mientras él hacía fuerzas para incorporarse. Sveta notó cómo a su marido le temblaban las piernas. En la cocina él se sentó delante de la estufa. Sveta le sirvió sopa.
- Está sosa. Y ese pájaro ha estado toda la mañana chillando, me ha puesto dolor de cabeza.
Sveta no contestó.
- Y ¿qué es esto? ¿hígado? ¿otra vez hígado?
- El doctor dice que es bueno para ti
- El doctor dice el doctor dice. Y qué más te dice el doctor, ¿que amargues los últimos días de mi vida? No te quedes mirándome con esa cara. Dios qué mujer. Tendría que haberme marchado hace tiempo, con el ejército incluso, pero ahora que lo único que me queda es la enfermedad, dónde voy, ¿eh? dime Svetlana, dónde voy.
Sveta se levantó y comenzó a recoger la mesa.
- Quieres el hígado o no lo quieres- preguntó cogiendo el plato.
Él, impulsado por la rabia se levantó y se fue hacia su sillón con paso renqueante.
Apareció Misha.
Sveta se sentó en una silla y observó cómo el pájaro se comía las migas de pan de la mesa. Se levantó de repente, acabó de recoger, metió un poco del guiso de hígado que había hecho en un recipiente y lo tapó bien. Se puso la chaqueta, se puso el abrigo y fue hacia la puerta.
- Ahora vengo- dijo a nadie. Y nadie le respondió.
Salió a la calle, dobló la esquina y llamó a la puerta de Kolia.
- ¡Señora Sokolov!, pase pase, no se quede ahí que hace frío.
- Buenas tardes Kolia, ¿está ocupado?- preguntó Sveta.
- ¡No, no! ¿Cómo está? ¿Pasa algo? ¿Necesita que le eche una mano para mover algún mueble viejo?- preguntó Kolia sonriendo.
Sveta también sonrió – No, no es nada de eso. Te traigo un poco de hígado que he preparado. Pensé que aún no habrías comido.
- Gracias, es usted tan buena…me mima demasiado- respondió – Y usted, ¿ha comido?
- Sí, sí, tranquilo hijo, ya hemos comido. Bueno, le dejo que probablemente tendrá cosas que hacer, los jóvenes están siempre tan ocupados…
- ¿Está usted bien Svetlana?- preguntó Kolia preocupado – está usted muy callada hoy.
- Estoy algo cansada, ya soy vieja – dijo mientras se dirigía hacia la puerta sonriendo- Adiós Kolia, que dios le bendiga.
- Hasta luego- respondió Kolia – Y a usted también.
Sveta entró en casa, se quitó la chaqueta y se asomó al salón. Estaba dormido, mejor, así no sufría tanto pobre.
Fue a la cocina y empezó a desmenuzar un trozo de pan seco que había guardado. Metió los trocitos en una bolsa de plástico.
- Misha, Misha, ven – el pájaro se posó en el hombro de Sveta, ella lo cogió con cuidado y lo metió en la jaula. Se puso la chaqueta, se puso el abrigo, el gorro, los guantes, cogió la bolsa de plástico y salió a la calle.
Paseó hasta el parque y allí empezó a repartir el pan entre los pocos pájaros que encontró. Cuando se levantó un aire muy frío se fue a casa.
Vladimir estaba despierto.
Sveta se sentó un rato en el salón. Silencio. Miraba por la ventana.
- La pastilla- dijo Vladimir –tráeme la pastilla.
- Falta un rato, todavía no te toca- respondió mientras se levantaba.
- Te digo que me traigas la pastilla- insistió nervioso. Sveta se la dio.
Cuando la cena estuvo lista fue como siempre a buscarlo al salón. Ayudó a su marido a levantarse, caminaron juntos hacia la cocina, lo sentó de espaldas a la estufa y le sirvió la cena.
- ¿Y el hígado? – preguntó Vladimir sin levantar los ojos de la mesa.
- No queda – respondió Sveta tranquila.
- Cómo que no queda.
- Le llevé a Kolia un poco.
- ¿A Kolia? ¿A ese desgraciado melenudo?
- Es un joven muy amable. Y muy educado.
- ¿Te lo ha pagado?
- ¿Cómo me lo va a pagar? Dijiste que estabas cansado de hígado – contestó Sveta.
- Yo no sé qué tienes en la cabeza Svetlana. Tú te has propuesto acabar conmigo.
Después de preparar la infusión para Vladimir, Sveta se fue a su habitación, se desvistió y se metió en su cama.
Abrió los ojos y vio que entraba demasiada luz por la ventana. Sveta se levantó deprisa, se vistió y fue hacia el salón. No estaba, el sillón estaba vacío. Fue hacia la cocina y lo encontró sentado en la silla, delante de una taza de té vacía, con la cucharilla en la mano y mirando la mesa. Nadie había encendido la estufa.
Apresuradamente puso agua a calentar y preparó la estufa de carbón. Azuzó un poco la madera y el papel para que el carbón se asentara mejor y prendiera antes.
Se tomó el té deprisa, se puso el abrigo, los guantes y el gorro y se fue al mercado.
¡Uy!, pensó, con las prisas no le di los buenos días a Misha.
Hizo sus compras sin entretenerse, hoy iba un poco retrasada y volvió a casa.
Cuando ya estaba cerca vio una figura sentada en las escaleras.¿Quién era? ¡Kolia! ¡Era Kolia! Se apresuró para acudir al encuentro del joven.
Kolia se levantó, estaba serio y ¿qué hacía la jaula de Misha ahí fuera? Sveta no entendía lo que estaba ocurriendo. Kolia se dirigió hacia ella con semblante consternado.
- Señora Sokolov- dijo – estaba recogiendo unas ramas en la parte de atrás de la casa y..
- ¿Qué pasa Kolia? ¿Y qué hace Misha aquí fuera?- preguntó Sveta asustada.
- Encontré la jaula de Misha en la parte de atrás de la casa señora Sokolov. Misha está..
- ¡No puede ser! – sollozó Sveta – estaba en casa, ayer le di las buenas noches – decía la mujer.
- Sveta, alguien ha sacado a Misha a la calle, ¿lo entiende?
- Pero, quién, ¿a quién le puede molestar un pajarillo medio cojo? – se preguntaba.
Entonces la cara de Svetlana Sokolov se tornó pálida. Entornó los ojos como fijando sus pensamientos. Cogió la jaula y se dio media vuelta.
- Sveta, Sveta espere, ¿dónde va? – preguntó Kolia – qué va a hacer, ¿quiere que la ayude?
Pero Sveta no respondió y siguió andando. Llegó a un claro no muy apartado de la casa y allí se arrodilló en el suelo, hizo un agujero con sus manos viejas y con lágrimas en los ojos enterró el pobre Misha.
Se levantó y fue hacia su casa. Kolia seguía allí, donde lo había dejado. El joven la miraba apenado.
- Si necesita cualquier cosa ya sabe dónde estoy- dijo.
- Gracias hijo, dios te lo pague.
Entró en casa, guardó la jaula en un armario, se secó las lágrimas heladas y fue hacia la cocina. Se sentó al lado de la estufa y jugueteó con el hierro que utilizaba para remover las brasas. La tos de Vladimir la sacó de su ensimismamiento.
Preparó la comida y fue a buscar a su marido cuando ya estaba todo listo. Se sentaron a la mesa y él comió todo lo que Sveta había preparado. Ella no probó bocado, se dedicó a mirarle con ojos llenos de odio, pero Vladimir no se daba cuenta de esas cosas, hacía tiempo que no miraba a su mujer a los ojos.
El día transcurrió con normalidad, Vladimir dormitaba en su sillón cuando la tos se lo permitía y Sveta lloraba en silencio la muerte de Misha en la cocina.
La rabia de Svetlana iba en aumento, ¿cómo podía haber hecho eso? ¿cómo había sido capaz de dejar que el pobre animal muriese de frío? ¿cómo podía continuar como si nada hubiese pasado?
- ¡Svetlana! ¡Svetlana! ¿Dónde estás mujer? ¿No ves que te necesito?- gritó desde su sillón
Svetlana se acercó a él lentamente.
- Acércame esos libros de allí- dijo
- Deberías moverte tú, te sentaría bien. Además sé que a veces te mueves tú solo.
- ¿Qué dices? Tú qué vas a saber. Acércame los libros y déjame tranquilo anda.
Sveta le acercó los libros, se quedó delante de él durante unos segundos.
- ¿Qué quieres? ¿Que te de las gracias?
Sveta se dio media vuelta y fue hacia la cocina.
Llamaron a la puerta. Sveta se sobresaltó y fue a ver quién era.
- ¡Hola Kolia! Pase pase.
- ¿Cómo está?, ¿le apetece ir a dar una vuelta por el parque?- le preguntó el joven.
- No gracias hijo, hace demasiado frío.
- ¿Se encuentra bien? ¿Quiere que le haga compañía un rato?
- ¿Quiere un té?- preguntó Sveta
- Sí claro, si usted se toma uno también.
- Está bien, nos tomaremos un té.
-¿Dónde está?- preguntó Kolia
- En el salón. ¿Cuánto azúcar? Se me ha olvidado- dijo Sveta sonriendo.
- Sin azúcar
- ¿Cómo se llama la chica que estaba el otro día con usted?
Kolia rió.
- Katia, se llama Katia
- Y ¿dónde la conoció? – volvió a preguntar Sveta.
Cuando acabaron el té Kolia se fue.
Sveta fue hacia el lugar donde estaba colgada la jaula de Misha para abrirle la puerta y dejar que volase un rato. Lloró.
Cuando la mesa estaba lista fue a buscar a su marido.
-¿Qué pasa Svetlana? Estás muy callada hoy – dijo Vladimir irónicamente - ¿Qué quería ese Kolia?
Svetlana le puso el plato delante.
- Hace frío aquí, seguro que se te ha olvidado echar más carbón.
Ella miró la estufa, el saco de carbón se ha acabado, pensó, fue a buscar otro, lo arrastró hasta la cocina mientras su marido se metía la cuchara en la boca. Apoyó el saco en la pared y cogió la barra de hierro para remover los carbones de la estufa.
- ¡Va! Este caldo no vale nada- dijo Vladimir.
Svetlana Sokolov con la barra de hierro en las manos miró la espalda de Vladimir. Levantó sus brazos, que por primera vez en mucho tiempo habían dejado de temblar y descargó todos esos años de dolor y rabia en la cabeza de su marido.
La cabeza se inclinó hacia delante, se hundió en el plato de caldo que no valía nada, hubo espasmos y sangre oscura y densa goteando.
Sveta fue a buscar una sábana, envolvió la cabeza de su marido, lo tumbó en el suelo y lo envolvió en otra tela, limpió todo, la sangre, el caldo, los cristales del vaso, limpió años de recuerdos, rascó y rascó desenfrenada hasta que no quedó nada, excepto Vladimir Sokolov envuelto en una tela tumbado en el suelo de la cocina, con una mancha de sangre que se iba expandiendo poco a poco.
Después de sentarse un rato, no a pensar sino a no pensar, se levantó y salió a la calle. Dobló la esquina y llamó a la puerta de Kolia.
- ¿Qué hace así? Se va a enfriar. Pase- dijo Kolia
- No, no¿ Está ocupado? Necesito que venga conmigo un momento.
- Claro, qué pasa Svetlana.
Ella no respondió, entraron en su casa y fue directa a la cocina. Kolia la seguía. Entonces fue cuando vio el cuerpo envuelto del que había sido Vladimir Sokolov.
- ¡Dios mío! Pero ¿qué ha hecho? ¿qué ha pasado? Está bien, tranquila. Hay que llamar a la policía.
- No. No quiero llamar a la policía. Quiero sacar esto de aquí, enterrarlo en el monte- dijo ella- Perdón Kolia, no debí haberle llamado, váyase y por favor no diga nada a nadie.
- Pero ¿cómo voy a dejarla sola con esto? Además ya me ha hecho cómplice señora Sokolov.
Salieron por la parte de atrás y medio cargando medio arrastrando consiguieron llevar el cuerpo a hasta un lugar apartado. Nevaba, eso estaba bien, así se borrarían las huellas, pensó Kolia sorprendido de verse en esa situación.
Se pusieron los dos a cavar y al cabo de un buen rato ya no quedaba ni rastro de Vladimir Sokolov.
- Vete Kolia- dijo Sveta – ya te has arriesgado bastante. Muchas gracias.
- ¿Y usted?
- Me quedaré aquí un momento, no hace falta que se quede conmigo.
Así que Kolia se fue intentando asimilar lo que acababa de hacer. Había sido todo tan rápido… Se sintió aterrado.
Sveta respiró hondo, se apretó el pañuelo que llevaba en la cabeza y se dio media vuelta. Fue al lugar en el que había enterrado a Misha. Se volvió a agachar y desenterró al pájaro. Volvió a casa, metió a Misha en la jaula, se sentó en el salón, se bebió un vaso de vodka y durmió.
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